martes marzo 26 de 2024

Orden Gran Caballero para Antonio José

18 diciembre, 2013 Opinión Ricardo Rondón Ch.

Antonio José Caballero deja un enorme vacío en el periodismo colombiano

Por: Ricardo Rondón Ch.

La Pluma & La Herida

El reportero que como en la saga de Phileas Fogg, protagonista de ‘La vuelta al mundo en 80 días’, sorteaba su vida con la apuesta legítima de la catarsis del oficio y la inmediatez de la noticia; con el olfato y la astucia del sabueso para marcar un territorio único e infranqueable en aras de la chiva, trajeada con lujo de detalles en la versión más auténtica, para sorpresa y admiración del colegaje y de quienes le escuchaban, se acaba de embarcar en el  viaje definitivo, el que conduce a las remotas esferas siderales, allá donde los cronistas bíblicos dicen espera Dios para ofrecer a sus hijos la paz eterna.

Antonio José Caballero coincidía en algunas asuntos con el excéntrico aventurero de la ficción de Julio Verne. Su riqueza, no la del capital en rama, estaba representada en el amor inconmensurable que siempre profesó por el periodismo, atrincherado entre micrófonos y grabadoras, cabinas radiales, salas de edición; en el inagotable itinerario de aviones, trenes, camiones, lanchas voladoras, chalupas o lomos de mula (como cuando se internó en la selva para dar con el paradero de ‘Tirofijo’, reto que le puso su jefe Juan Gossaín), amén de hoteles suntuosos, posadas de paso, tiendas de campaña en lejanos desiertos o amplios salones de gobelinos donde encaraba pontífices, dictadores, potentados, astros del fútbol, del toreo y del rock, literatos y deportistas consumados, en las antípodas, a donde fuere, en los lugares más insospechados del orbe.

Como mister Phileas Fogg, Antonio era enfático en la puntualidad, intrépido, disciplinado, con esa neurosis del “reportero a morir” (tal cual el título de la docta memoria del maestro Germán Pinzón) que no escatimaba en recursos para lograr su cometido, en este caso el personaje a entrevistar, saltándose muchas veces con malabares de película de acción, a lo Misión imposible, temerarios cercos de seguridad, accediendo a los pisos de los hoteles donde nadie se atrevía a llegar.

Así lo hizo en tres oportunidades con Fidel Castro. Nadie se explicaba cómo el reportero lograba la voz o la imagen del legendario dictador cubano, uno de los líderes más custodiados del mundo y por ende más difíciles de abordar.

Era ‘Toño’ un trotamundos y así fue su bitácora desde sus primeros años de reportería, recién desampacado de la universidad, dispuesto a devorarse el mundo,  de equipaje ligero y pupila atenta, sin más arsenal que la memoria fecunda, la intuición y el amor al periodismo.

Así recordaba su primera entrevista con un papa, como lo hizo con Juan Pablo II, en 1978, dos días antes de su elección, puerta grande de una serie de reportajes con cardenales y pontificados que se prolongaron durante muchos años, la más reciente, cuando desde El Vaticano, el 13 de marzo de 2013, narró para su cadena radial, RCN, los pormenores del humo blanco que vislumbraron como elegido al argentino Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco, ala tutelar de la fe católica.

‘¿Cómo lo hacía?’, nos preguntábamos siempre. ‘¿Cómo se las ingeniaba para romper el hielo de personalidades tan herméticas y conflictivas como Fidel Castro, Sadam Husein, Muamar el Gadafi o Yaser Arafat?’ Antonio José Caballero, o ‘Terciopelo’, como lo llamábamos de manera cariñosa, no sólo gozaba de la destreza para ubicarse en el lugar indicado, sino que ostentaba el arte de la seducción -más allá de sus hechuras y su porte cardenalicio, en su última etapa, de su nívea cabellera-, traducido en el don de la palabra, la del encantamiento, que por igual aplicaba con los hombres más poderosos del mundo o con las hermosas mujeres que amó.

Iba del Palacio de Miraflores en Caracas –el único reportero en ese recinto durante la retoma de las fuerzas bolivarianas con Hugo Chávez Frías a la cabeza- a un monasterio en la China milenaria para entrevistar a un monje de clausura. Y de ahí a Corea para hacer crónicas de ambiente en el Mundial de fútbol, no sin antes haber pernoctado en hotelitos cinematográficos de Beijing, Shangai y Hong Kong, impregnado de sutiles y esotéricas fragancias, para anclar, después de meses de andanzas, de nuevo en la patria, en Bogotá, en el sexto piso de la Torre Sonora, su centro de operaciones, y rematar un fin de semana en la aldea de su nacencia, Santander de Quilichao, para disfrutar de exquisitas viandas lugareñas como el cabrito, el mute o la carne oreada.

Amigo incondicional, de aquellos que atesoran en sinceridad el afecto y la franqueza en la palabra, Antonio José Caballero no sólo se ganó el cariño de sus colegas de varias generaciones, sino el interés y el afecto de la gran audiencia que por años lo siguió en sus admirables crónicas y reportajes, ya en RCN, a órdenes de quien consideró su maestro, Juan Gossaín, o de Darío Arzimendi, en Caracol, compañero de arduas batallas.

Simpático, desabrochado, con un agudo sentido del humor, la chispa elocuente y de camaradería en los pasillos de las emisoras donde laboró, o en las amenas tertulias de amigos y compañeros de las que fue protagonista, perdurarán en el recuerdo de quienes tuvimos la oportunidad de compartir de sus anécdotas, de su sapiencia, de su verbo repentista, y al mismo tiempo de esa cátedra de la que fue único en su estilo, la de mamar gallo, siempre con la rúbrica de su generosa sonrisa.

La inexorable partida de Antonio José deja un vacío irreparable en el periodismo colombiano, sobre todo por la notoria ausencia en estos días del alma del reportero de otras épocas, el de nervio y audacia, pero por encima de todo, el de la verdad, esencia y paradigma de la información, y en ese vasto territorio, Caballero fue el mejor.

De sus mejores chispazos en algunas entrevistas que tuve la oportunidad de hacerle en diferentes épocas, publicadas en el desaparecido diario El Espacio, destacamos las siguientes.

¿Cómo es la digestión de un reportero del mundo?

“Con todos los honores que merece la más variada comida del planeta”.

¿Cómo se acostumbra el hígado?

“Al país donde fueres, come lo que vieres”.

¿Qué ha sido lo más extraño que te has comido?

“Estuve al punto del banquete canino, pero ‘perro no come perro’”.

¿Cómo te las arreglas con los idiomas más difíciles y extraños?

“A veces por señas, o a puro dedo”.

¿Y con los viáticos?

“Haciendo caso omiso del cambio de nuestro desvalorizado peso colombiano”.

¿Compras muchas chucherías, cosas que no sirven para nada?

“Yo les llamo ‘tomemijas’, porque a cada una hay que llevarle lo que se merece”.

¿En tus correrías por el mundo te encomiendas al Ángel de la Guarda?

“Siempre aparece una dulce compañía, que no me desampara ni de noche ni de día”.

¿Qué sueles hacer cuando se interpone el insomnio en una noche de hotel?

“Un buen whisky y un buen recuerdo”.

¿Tú eres de reloj biológico?

“Yo soy de reloj laboral, que siempre le dice a uno que la gente está esperando”.

¿Exquisito gourmet de aviones?

“La buena mesa de los aviones siempre queda por los aires”.

¿Qué acostumbras leer a diez mil metros de altura?

“’Después de comer ni un sobre escrito leer’, decían los abuelos”.

¿Sigues los consejos de Héctor Mora para esos trámites engorrosos de las maletas y similares?

“Jamás, porque siempre tengo un pasaporte al mundo”.

¿A ti qué te puede marear?

“Las preguntas a los colombianos en los aeropuertos”.

¿Se te ha extraviado la grabadora con la chiva más sufrida?

“Jamás, porque la cuido como a un hijo recién parido, y nadie se puede acercar”.

¿Y has grabado sin encenderla?

“Varias veces, pero afortunadamente el registro no valió la pena”.

¿Por qué te consiente tanto el clero?

“Porque soy católico, apostólico y porque nos le como cuento del todo”.

¿A qué huele El Vaticano?

“A muchos les huele muy mal, hay otros que allí huelen lo peor; a mí sólo me huele a fe, a esperanza y a caridad”.

¿Qué se siente besar la mano de un papa?

“A veces tranquilidad, pero no todas las veces confianza”.

¿Y qué se siente pasar de un papa a entrevistar a Hugo Chávez?

“Que de todo hay en la Viña del Señor”.

¿Qué acostumbras traerle a Juan Gossaín a tu regreso de tus viajes?

“Las traducciones de las novelas de Gabriel García Márquez en diferentes idiomas”.

¿Y a Darío Arizmendi?

“Trabajo como un verraco”.

Tú que has viajado tanto, ¿qué es para ti el mundo?

“’El mundo fue y será una porquería ya lo sé, en el 510 y en el 2000 también’, decía uno que viajó muy pronto: Enrique Santos Discépolo”.

¿Tanta viajadera encanece?

“Encanece, encarece y enloquece”.

¿Si es cierto que todo Caballero repite?

“Si la pregunta tiene su doble intención, déjame decirte que un buen Caballero en esos tejemanejes nunca tiene memoria”.

Orden Gran Caballero para Antonio José y que Dios lo tenga en su gloria.

http://laplumalaherida.blogspot.com/

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