El silencio de los fusiles
Por Augusto León Restrepo
El miércoles primero de marzo se inauguró con un aplaudido discurso del Presidente de la República y a teatro lleno, en el Centro de Convenciones Julio César Turbay de Cartagena de Indias, la versión 57 del Festival de Cine. Quienes hemos sido asiduos de este certamen en calidad de aficionados, que no de cineastas, damos fe de las frustraciones que hemos padecido con la escogencia de las cintas que han tenido el honor de abrir la serie de presentaciones que conforman la amplia programación que comprende desde la exhibición de películas, largos y cortometrajes, talleres y encuentros especializados, hasta encendidos y controversiales conversatorios que giran alrededor de lo que los espectadores han logrado presenciar en extenuantes jornadas.
Para este año, nuestras prevenciones subsistían desde que supimos que la cinta seleccionada era El Silencio de los Fusiles, un documental de dos horas de duración, que tiene como tema el desarrollo de las conversaciones sostenidas en La Habana durante más de cuatro años entre el Estado y la guerrilla de las Farc y que lograron la terminación del conflicto armado que durante más de cincuenta años asoló el territorio colombiano. Nos preguntamos con obviedad, que podría salir para el cine del seguimiento de unos personajes serios, adustos, preocupados, a veces con rostros aburridos, obligados a intervenir hasta el cansancio sobre disímiles y áridos temas, tratados en su mayoría bajo el más estricto hermetismo y qué se les ocurriría a los productores, a la Directora y al Editor del film para que no resultara un bodrio, un inútil y frustrante parto, que sería recibido con abucheos y críticas implacables.
Pero terminaron los actos protocolarios, se apagaron las luces y empezaron a aparecer en la pantalla las imágenes de los principales actores de La Habana, los guerrilleros negociadores con Iván Márquez a la cabeza, sus radicales puntos de vista, y los argumentos realistas y pragmáticos de los delegados del gobierno con Humberto de la Calle como jefe, cada parte con fuerza y convicción, en busca de alcanzar lo que parecía inalcanzable: el silencio de los fusiles que causaron tanta desolación y tanta muerte. Y unas imágenes de archivo de las fuerzas rebeldes y de la institucionalidad en abiertos combates, en los que se mostraba con crudeza el por qué la guerra es la mayor ignominia a la que se puede llegar y por qué el diálogo y las aproximaciones es lo que se impone en el horizonte civilizador de las naciones. Y sin espabilar, con los cinco sentidos puestos en la pantalla, como en un thriller o suspenso inusitado llegar a un final, en este caso ya conocido, como es la firma de los acuerdos de Paz en trance de ser cumplidos y puestos en ejecución para que la aciaga historia que hemos dejado atrás no se repita. La firma de los documentos pone fin a ciento veinte minutos de lecciones de historia patria y la ovación de los espectadores, emocionada e interminable, es el justo premio para el bien seleccionado y valiente abrebocas que nos entregaron los organizadores y patrocinadores del Festival, que de esta manera y en forma ostensible le apuestan al futuro promisorio de los colombianos.
El Silencio de los Fusiles, de la Directora Natalia Orozco, tiene que proyectarse en los teatros comerciales de Cine Colombia, pero también en los más recónditos parques de los pueblitos, las aldeas y las veredas donde moran las víctimas de este infierno dantesco que hemos padecido, porque es una lección de objetividad, de juicio ecuánime sobre tan escabrosos acontecimientos y «un apasionante thriller político que se construye con base en las tensiones y el suspenso de una negociación frágil y amenazada desde muchos frentes». Y con este otro alcance tan difícil de consolidar en unos momentos en que las mentiras y las falsedades truenan por lo mediático, resaltado en el siguiente concepto: «La Directora no cede a la lógica que divide los conflictos en bandos buenos y malos, no caer en triunfalismos ni peca de ingenuidad y tampoco hipoteca su rigor periodístico a ninguna ideología. Mira a la cara a unos y otros, escucha argumentos, se concentra en lo esencial, pregunta con su propia voz y reflexiona sobre lo que siente y ve».
Todas las palmas se las debe llevar la Directora y guionista de esta película, Natalia Orozco, y su equipo de producción y de edición. El relato de Natalia sobre lo padecido para obtener este logro, podría ser tema para una nueva experiencia cinematográfica. El énfasis y la emoción con que relata sus dificultades en La Habana y su tesón para superarlas, sus motivaciones y el por qué se empeñó en tan original propósito, es un ejemplo de la contribución permanente que todos y cada uno debemos hacer para despejar el futuro de las nuevas generaciones, de nuestros hijos, de nuestros nietos. Mucho le quedamos debiendo sus conciudadanos a Natalia Orozco. A la que habrá que seguir paso a paso en su futuro promisorio y conocer y divulgar su trabajo ya consolidado como documentalista en obras como Guantánamo ¿hasta cuándo? (2011) y Gitanos, ciudadanos sin patria (2013). Estamos ante una verdadera figura de la cinematografía nacional.