jueves diciembre 5 de 2024

Más ataques a las víctimas en este proceso

Por Sofía Gaviria Correa

La semana pasada, en Cartagena, nuestro Partido Liberal fue anfitrión del congreso de la Internacional Socialista, que tiene lugar cada cuatro años.  Aunque tenía cierta aprensión en asistir, a causa de la idea de que podría ser un espacio que oliera a naftalina, me sorprendió gratamente encontrarme con muchas personas que defienden la socialdemocracia como yo la entiendo: “Nuestro legado es la lucha por los valores comunes y contra las injusticias, respetando la dignidad humana», como afirmara en su discurso en el evento el ex primer ministro griego y presidente de la Internacional Socialista Yorgos Papandréu.  Por supuesto, al contar el evento con la participación de delegados de más de cien países, hubo algunas presentaciones que podríamos llamar “mamertas”, pero la mayoría fueron absolutamente dignas y que representan la ruta sobre la cual debe evolucionar la socialdemocracia. Hubo, por ejemplo, varias presentaciones de latinoamericanos que rechazaron con vehemencia las violaciones a de los Derechos Humanos que se han ido incrementando desde hace años y que han alcanzado cuotas absolutamente impensables en Venezuela y también se oyeron voces contra la injerencia de Cuba en el fortalecimiento de las guerrillas totalitarias y violentas en Latinoamérica.

En ese marco, escuchamos hablar de la defensa de la pluralidad de cultos, de las minorías y de la solución de los múltiples conflictos nacionales e internacionales a través de la negociación.  Hubo varias referencias al discurso del presidente Santos (el mismo que lleva cinco años pronunciando) sobre la paz, pero ahora con un nuevo barniz: la necesidad de incluir “el amor” en el proceso. Queda claro, entonces, que ahora el recurso será el amor, porque los mínimos de, verdad, de justicia y de reparación no están asegurados en este proceso.  De modo que, según el enfoque de Santos, se busca lograr, a través de este proceso, una especie de transformación afectiva, a través de la cual las víctimas abracemos a nuestros victimarios y los queramos como hijos, como hermanos y como parejas.  Este tipo de “reconciliación” resulta absolutamente ofensiva, en cualquier escenario democrático. Jamás, en ningún proceso de transición, podría pensarse en exigirle o pedirle a una víctima tener ese nivel de consideración con su victimario.  Por ejemplo, a Isabel Allende, la valerosa hija del inmolado expresidente chileno, presente en el evento de marras, con un discurso bastante conmovedor y centrado, nadie osaría ofenderla pidiendo que se abrazara con los esbirros de Pinochet. Y la Internacional Socialista, que ha dado, durante tantos años, apoyo irrestricto a las solicitudes de justicia y de verdad de las Madres (ahora abuelas) de las Plaza de Mayo, nunca les pediría que perdonara ni que olvidaran, ni mucho menos que quisieran y que abrazaran a sus victimarios o que se refirieran a ellos con amor.

Al congreso internacional al que nos referimos, tan cargado de aplausos al proceso (sin duda, a causa de evidentes falencias en la información), llegué con la indignación y la tristeza de un hecho particularmente doloroso. Derly Pastrana es una de las líderes más emblemáticas de las víctimas de las Farc del Caguán y del Huila. Su marido fue asesinado por no pagar las extorsiones de las Farc en el Meta y su hijo Arnulfo, a los trece años de edad, fue reclutado forzosamente por ese grupo guerrillero.  Para recuperarlo, se prestó a los abusos de los victimarios. Luego vienen el desplazamiento y su empoderamiento como víctima de las Farc. En semanas anteriores, se negó a acudir al llamado de “La Oruga”, segundo al mando de la Teófilo Forero (frente supuestamente desmovilizado), con el ominoso resultado de que, el domingo 26 de febrero, su hijo fue asesinado, a una cuadra de su casa, a pesar de que, desde octubre del año pasado, Derly venía haciendo denuncias de amenazas y pidiendo con urgencia protección para él.  Fue toda “una muerte anunciada”. El reporte del Coronel de la Policía que tenía que protegerlo es infame: trata de difamar al joven de 19 años, que trabajaba y vivía con su madre, como cualquier otro joven de familia, lo cuestiona e inventa una hipótesis traída de los cabellos, al “sindicarlo” de consumir marihuana.

Horroriza casi tanto el asesinato, a través de milicianos de las Farc, de cualquier líder de nuestro movimiento empoderado y crítico del proceso, como la reacción del Gobierno y de la Policía, al crear, como en este caso, unos nuevos “falsos positivos”.  Responsabilizo a la Policía, al Ministro del Interior y al Gobierno nacional, en general, de la vida de cada uno de los integrantes de la Federación Colombiana de Víctimas de las Farc (FEVCOL).  Últimamente, no hemos oído sino de las cifras, desproporcionadas y absolutamente ofensivas para todos los colombianos, sobre los salarios y la protección que se les está garantizando a las Farc, en este proceso, mientras se están descuidando la seguridad y la protección para las víctimas.  Nadie cree que quienes hayan sido asesinos, secuestradores o extorsionistas dejarán de serlo por un acuerdo en las condiciones del que ha sido firmado con las Farc, y por tanto, se constituye una amenaza real para sus críticos y sus víctimas del pasado, presente y futuro.

Por lo anterior, con la mayor autoridad, exigimos la protección del Estado a las víctimas de las Farc y pedimos que se esclarezcan las muertes de defensores de derechos humanos, de derecha o de izquierda, y de personas que, como Arnulfo Pinzón Pastrana, puedan representar críticas al proceso.

No hay nada más doloroso que reconocer que se había dicho la verdad cuando ya el daño está hecho.

*Codirectora Partido Liberal Colombiano

Presidenta honoraria Federación Colombiana de Víctimas de las Farc

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