La doctrina woke ha envejecido
Andrés Hoyos
Para que se entienda quién escribe esto, soy un hombre colombiano heterosexual, bastante mayor, de cara pálida así nunca haya conocido mi mapeo genético, liberal de centro desde hace varias décadas, amigo de muchas mujeres. Sin embargo, también hace mucho veo con preocupación el crecimiento de las ideas woke. ¿Por qué? Procedo a explicar.
No se me escapa que las opciones sexuales disponibles para cualquier persona son múltiples, si bien las que cubren, digamos, al menos el 95% de la población mundial se reducen a cuatro y media: heterosexual hombre o mujer, hombre gay, lesbiana y vaya uno a saber cuántos bisexuales simples. Las demás, y centrémonos en los trans, son extremadamente minoritarias. Del resto de la sigla lgbtiq+ muy poco se sabe.
¿Alguna opción no merece derechos? Desde luego que no: todos deben ser libres para escoger su modo de vida y sus costumbres; lo que no tiene presentación es centrar el debate en las así llamadas identidades y dar un inmenso protagonismo a quienes pertenecen a una en extremo minoritaria, como hacen los woke. Un ejemplo clarísimo es la constatación de que los abusos sexuales contra niñas y también (un poco menos) contra niños abundan todavía en las sociedades abiertas y ocurren más por varios órdenes de magnitud que los asimismo reprochables contra las pequeñas minorías. Al privilegiar de manera muy belicosa lo muy minoritario se corre el riesgo inevitable de desviar la atención de lo más importante.
Citemos un ejemplo, el de J. K. Rowling (Joanne), autora británica de la legendaria serie de novelas y películas sobre Harry Potter. Pues bien, pese a sus méritos literarios y a su condición de feminista, que es muestra de un claro sesgo identitario al menos según los criterios vigentes hace treinta años, hoy es insultada y atacada por ser una presunta terf, lo que significa “feminista radical que excluye a los trans”. Vaya sigla enredada. Así, por arte de magia doña J. K. pasa de conformar una minoría militante a otra de opresores, o sea, deja de ser buena y pasa a ser mala. Se trata del obvio y muy pernicioso efecto del énfasis en las identidades que dividen el campo de quienes se oponen a la vieja sociedad patriarcal. ¿Para qué sirve fragmentar un frente como este? O sea, si en una ciudad sitiada la gente, digamos las feministas tradicionales y los fanáticos de los trans, empieza a matarse entre ellos, la labor de los atacantes, en este caso de los trumpistas, se vuelve mucho más fácil.
Se repite la vieja noción de que una ideología muda en una cripto-religión y se vuelve discriminatoria. Fue lo que le pasó a la doctrina woke, que se fue conformando como una religión, en cuya base estaba una obsesión con la justicia social. Hoy se sabe que el origen de esta confusión se dio en las universidades de Estados Unidos. Según Paul Graham, la primera ola fue la de la corrección política de los años setenta/ochenta del siglo XX. En su opinión los primeros woke eran los estudiantes que protestaban en los años sesenta y que tras graduarse fueron contratados de profesores. Después vino la corrección política, una ola más agresiva que la primera. Ellos pronto incitaron a sus estudiantes a atacar a los profesores que no profesaban la misma doctrina. No hacían gala de tolerancia ni de sentido del humor. Ahora llegó la ola woke, que es de veras dañina y tiene efectos contrarios lo que se intentaba, como fue el volver a Trump presidente de USA, quien está echando atrás no ya las conquistas novedosísimas en favor de minorías diminutas, sino las de fondo, que favorecían, digamos, a las mujeres.