Hombre superó cáncer gracias a una babosa
Marcel Joan logró superar un cáncer terminal gracias a un fármaco experimental basado en el veneno de un molusco. El desarrollo del fármaco quedó en vía muerta por su baja rentabilidad.
El 7 de febrero de 2004, Marcel Joan escupió el café contra la pared de su cocina. La fecha es precisa porque su mujer, Paquita, ha apuntado desde entonces cada detalle sobre la salud de su marido en una libreta.
Los datos de Paquita son la cronología de un caso único. Su marido es un experto en artes gráficas ya retirado -tiene 65 años- que ha vivido toda su vida en Olot (Girona). La libreta indica que el 28 de julio de 2004 a Joan le empezaron a dar quimioterapia. Los médicos le habían encontrado un tumor en el esfófago poco común y difícil de erradicar. Apenas podía beber ni tragar alimentos. Un año y medio después sufría metástasis en varios órganos vitales y los médicos habían probado con él hasta cuatro líneas de tratamientos sin éxito. “Aquella mañana el médico me vino a decir: ‘Arregla las cosas porque en navidades ya no estarás”, recuerda Joan. Era marzo de 2006.
En 1993 Joan era aún un sano y prometedor empleado que estaba a cargo de la primera imprenta offset de Olot. Ese año, investigadores de la Universidad de Hawai anunciaron un descubrimiento que le salvaría la vida. El equipo había sacado de los arrecifes de coral unas 200 babosas marinas de color verde oliva y rayas naranjas. De ellas los científicos extrajeron el veneno con el que estos moluscos, de la especie Elysia rufescens, se defienden de sus depredadores. Se trataba de un compuesto llamado kahalalide F y en el laboratorio resultó ser letal para varios tipos de células humanas de cáncer. Estudios posteriores demostraron que el kahalalide F acababa con células de tumores sólidos de pulmón, colon, riñón, ovario, próstata y útero. Además las células no parecían desarrollar inmunidad a la actividad del compuesto, como sí lo hacen para ciertos tratamientos de quimioterapia. Aquel veneno era lo más parecido a un tesoro enterrado en el fondo del mar.
En marzo de 2006 los médicos le dieron a Joan una última opción para intentar salvarse. “Me preguntaron si quería ser conejillo de indias”, recuerda. Después de firmar “contratos de 200 páginas” acabó inscrito en un ensayo dirigido por el Instituto Catalán de Oncología. El estudio no probaría el kahalalide F, sino un derivado de este compuesto sintetizado en laboratorio llamado elisidepsina. Su nombre comercial era Irvalec y su propietario era la farmacéutica española Pharmamar, especialista mundial en desarrollar fármacos basándose en productos extraídos del mar.
Cuevas se muestra realista. “Este fármaco podría haber funcionado; de hecho, funcionaba y como prueba está aquel paciente [Joan]”, señala. “Pero hay que priorizar, hubiera llevado años reclutar a pacientes necesarios para lanzar un ensayo debido a la poca incidencia de este tipo de tumores y hacerlo hubiera sido muy costoso”, reconoce. A cambio, señala, otro fármaco desarrollado a partir de extractos marinos, el Yondelis, “ya está en el mercado” y otros, como el aplidin, están ya en la fase III en ensayos clínicos contra el mieloma múltiple.
“Desarrollar un fármaco cuesta 1.000 millones de dólares [unos 760 millones de euros], sólo el 20% resulta rentable y sólo en uno de cada 20.000 casos se recupera la inversión”, resume Fernando Albericio, químico especialista en fármacos contra el cáncer del Instituto de Investigación en Biomedicina de Barcelona. Albericio conoce bien el Irvalec, ya que su laboratorio también investigó las propiedades antitumorales del kahalalide F.