miércoles abril 17 de 2024

La decadencia de occidente

Juan Manuel Ospina

BOGOTA, 08 marzo de 2022_RAM_ Han sido complejos pero fundamentales los setenta y cinco años transcurridos después del fin de la Segunda Guerra Mundial cuando Occidente vivió la consolidación de Estados Unidos como potencia líder indiscutida y el opacamiento de Europa, mientras que ahora en Oriente reverdecen viejas potencias, como es el caso de la China milenaria y una Rusia después del fin del régimen soviético, desde siempre desgarrada entre oriente y occidente como se aprecia en el escudo zarista, debatiéndose entre sus dos almas, las dos realidades que la constituyen, la asiática y la europea, la cosaca y la mongol que anida en las llanuras y estepas y al lado de ella, la urbana europea; conflicto viejo como la gran Rusia, presente en un nuevo mundo, liberado ya de la Guerra Fría pero donde aún están presentes los temores y desconfianza sobrevivientes de la competencia ideológica de las otrora dos grandes potencias, materializados en una OTAN que se resiste a morir, y que la invasión rusa a Ucrania le ha dado un respiro.

La historia y el ser ruso con su característica personalidad social, juega un papel central en lo que se vive en estos tiempos de confusión, incertidumbre y cambio, cuando se ha dejado atrás un mundo bipolar que vivió subsumido en una lucha entre las dos superpotencias envueltas en banderas y discursos ideológicos maniqueos con un único propósito, controlar y dominar. Estamos en el inicio de un escenario multipolar impulsado por la nueva gran fuerza en plena consolidación, la China milenaria que armada con su paciencia y visión estratégica ocupa ya el pináculo del poder mundial; a su lado, una Rusia donde nostálgicamente flota el espíritu de los zares, reencarnado en Bladimir Putin. Y unos Estados Unidos que no logran esconder y mucho menos superar su pecado original, la esclavitud, que falsea su alma y su edificio social, como involuntariamente lo desnudó Trump.

Fueron setenta años durante los cuales el mundo tuvo en la Organización de Naciones Unidas (ONU) no un gobierno mundial pero sí un sistema de concertación y acción conjunta de los estados, acatado durante los primeros treinta años, bajo un claro liderazgo de Occidente. Simultáneamente en los países de Oriente, de Corea a Vietnam, de China a Malasia, se asomaban desde sus premodernidades, a una modernidad que les era lejana, y lo hacían en medio de convulsiones sociales, frecuentemente sangrientas. Fueron años de guerras de liberación y de nacimiento de nuevas repúblicas, en el contexto del derrumbe final de los imperios coloniales europeos. Occidente vivía un ciclo de prosperidad compartido bajo un paraguas donde prosperidad, democracia y Occidente se asumían como sinónimos. Unos años después, a raíz del derrumbe del «socialismo real», se hablaría con mucha ingenuidad y un tono de superioridad, del «fin de la historia» con la supuesta prevalencia de un Occidente triunfante. Esa confianza cargada de soberbia, en pocos años tendría que aceptar que no era el fin de la historia sino de los siglos del reinado de Occidente. El mundo entró entonces a una zona de turbulencia motivada por la crisis del sistema político liberal – de los partidos políticos y la democracia representativa -, aunada a la del sistema económico capturado por el capitalismo financiero en un escenario de cosmopolitismo neoliberal; a la par avanza el debilitamiento de la institucionalidad internacional que le entreabre la puerta a los proyectos de corte nacional cuando no francamente nacionalista, generalmente teñidos de populismo.

La tentación en una situación como la actual, con la excepción de China tan vieja y tan fresca, es mirar hacia atrás con la nostalgia de pretender reconstruir situaciones y condiciones que la historia y los hechos han dejado al borde del camino, olvidando que la realidad no es estática, no es cautiva de un pasado, generalmente embellecido en el recuerdo. Es la obsesión con lo que fue, con lo que ya no es, de mirar para atrás, como en el relato bíblico de Sara la mujer de Lot. Nostalgias que alimentan nacionalismos que acaban estrellándose contra una realidad tozuda, e impiden asumir con una mirada clara, el presente con sus posibilidades.

La OTAN ya no es; Estados Unidos está enredado en sus conflictos internos no resueltos; Rusia presa de la nostalgia de la gran Rusia de los zares mientras avanza incontenible a su condición de potencia de segundo orden; está insegura en un mundo que ya no controla. Europa con la oportunidad de su vida de integrarse liberada de la tutela norteamericana, como la soñó de Gaulle, tiene la responsabilidad de abrirse para incorporar en la Unión Europea a una Ucrania que ante todo quiere ser europea. El escenario lo corona una China sólida, curada de sustos y humillaciones, que quiere trazar su camino libre de las ataduras del pasado, para ser poderosa y respetada, independiente y soberana, avanzando con paso firme y una visión estratégica, libre de ataduras incluidas las con Rusia.

Bienvenidos a un mundo multipolar en todas sus dimensiones, con un Occidente reconfigurándose pero donde es un jugador, pero ya no el jugador.

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