jueves diciembre 12 de 2024

La maldita costumbre de hablar y no hacer

16 noviembre, 2024 Opinión Juan Manuel Ospina

Juan Manuel Ospina

Las realidades y dinámicas de violencia que viven las sociedades, están relacionadas con el grado de su desarrollo o del grupo social en cuestión; así como de las características de este con las formas que en ellas asume la violencia. Hay violencias propias de una sociedad pre moderna, de subsistencia, donde no existe acumulación de riqueza ni de bienes para su producción, distinto de la tierra. Allí, la violencia, los actos violentos están más relacionados con problemas personales, con pequeños robos de cosechas, de herramientas de trabajo, de movida de cercas para apoderarse de unos metros de tierra. A medida que la sociedad avanza y se transforma, se generan procesos de concentración y apropiación de riqueza, principalmente de la tierra que es el factor central en la producción precapitalista, lo cual modifica a esa violencia inicial.

En la sociedad, la vida económica, con su equilibrio natural, se transforma al ser dinamizada por procesos de generación de riqueza, más allá de la subsistencia; es la producción moderna capitalista, con su dinámica de acumulación y concentración, que avanza a medida que aparecen posibilidades de producir más.  La violencia moderna es de raíz económica y se acopla a los perfiles propios de las características de las regiones donde se da; esta violencia a su vez genera una violencia social, alimentada por los desplazamientos de campesinos, convertidos en los nuevos habitantes urbanos, desarraigados y marginales. El desarrollo tecnológico de la producción, tanto la rural como la urbana, desplaza fuerza de trabajo, que no alcanza a ser empleada en la producción de los bienes de capital que requieren los sectores en trance de modernizarse.  Cambios fundamentales, especialmente en el campo, que se dan en medio de una significativa ausencia del Estado.

Las situaciones descritas, muestran claramente que las políticas públicas deben estructurarse sobre dos ejes principales. El primero es, como ya empieza a hacerse en el país, no solo reconocer sino identificar y concertar las tareas para el desarrollo, a partir de las posibilidades y realidades que tienen esos territorios y sus comunidades. Se ha dicho y habrá que repetirlo las veces que sea necesario, que el desarrollo no se lleva empaquetado, del centro a las regiones, pues es en su seno donde este se genera. Lo que si se requiere son políticas generales, de diseño nacional pero descentralizadas en su estructuración y ejecución. La descentralización/territorialización de las políticas permite atender de mejor manera las necesidades de esas regiones y de sus comunidades, a partir de reconocer sus condiciones específicas. Presupuestalmente implica trasladar recursos de la nación a las regiones, de acuerdo con la reasignación de competencias y responsabilidades. La combinación virtuosa de la acción y la responsabilidad entre región y nación, abre las puertas del desarrollo.

El segundo eje estructurador de la política, hace más de medio siglo, lo definió de manera contundente el papa Pablo VI: el desarrollo es el nuevo nombre de la paz. Podríamos precisar, es el nuevo camino a la paz.

El país está saturado de diálogos que no concluyen, de promesas que se quedan en el aire, mientras tanto, no mejora la situación de las comunidades. El llamado es a actuar, a tomar y ejecutar decisiones concretas pero transformadoras. Pongo un ejemplo de una tal decisión, que en su momento generó grandes discusiones y rechazo, aupadas por las FARC, pero que les dejó a las comunidades involucradas resultados concretos, de mejoramiento de sus condiciones de vida. Entonces se reconoció a las fuerzas militares como actores de desarrollo regional, integradas a esta gran tarea ciudadana y territorial. Fue hace más de medio siglo, con las llamadas acciones cívico militares. Muchos colombianos en su momento denigraron de ellas, pero indudablemente dejaron una experiencia que hoy valdría la pena analizar y aprovechar.

No se necesita hacer milagros, sino acciones claras, concretas y concertadas, en territorios determinados y con el propósito de   resolver problemas específicos, acordados con las comunidades que allí habitan. No es más que una construcción de condiciones para la paz, en un proceso organizado, laborioso y continuado. La paz no es fruto de un día ni se logra porque el gobernante simplemente la quiera.

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