martes marzo 26 de 2024

30 años sin el tambor mayor

Contraplano

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Por Orlando Cadavid Correa

Para demostrar que a él nadie lo iba a chiviar con algo tan personal como la noticia de su propia muerte, el periodista Iáder Giraldo llamó por teléfono desde la clínica, dos días antes de ingresar al quirófano, a su maestro, don José Salgar, para despedirse y se ofreció a llevarle al más allá cualquier razón a su papá o su mamá, por si acaso. El Mono no pudo evitar que de sus ojos claros escaparan dos grandes lagrimones.

La Pelona  recurrió hace 30 años a una dolencia del corazón para llevarse de la sala de operaciones al mejor cronista político colombiano de la segunda mitad del siglo pasado que fue, además,  el tambor mayor de «Los Gorilas», el cuarteto de reporteros que tuvo gran apogeo en el gobierno del presidente Guillermo León Valencia. Los otros tres antropomorfos fueron Alberto Giraldo, Camilo López y Darío Hoyos.

Iáder nació en Bogotá (nunca en Neira) el 2 de julio de 1934 y murió en la misma ciudad el 24 de marzo de 1984. Tenía 50 años, la mitad de los cuales dedicó a la prensa, la radio y la televisión.

Se casó con la pintora Raquel Segura. La pareja tuvo cuatro hijos:Juan David, Marta Elena, María Claudia y Camila. Nótese que el redactor estrella de El Espectador se abstuvo de seguir la exótica linea bautismal de su padre, tipógrafo de profesión, que bautizó a sus hijos con rarísimos nombres sacados de la Biblia: Iáder, Goar, Dula, Gabdel, Sadot y Mávilo. (Es posible que nos falten otras denominaciones en este relato).

Fue Premio Nacional de Periodismo, en 1967, cuando todávía no se había creado el «Ivón Bolívar». Vivió los momentos estelares de su oficio entre 1960 y 1968, como reportero político del diario de la familia Cano. Mantuvo durante 14 años la «Columna de Iáder», en El Espacio.  Ocupó un cargo secundario, en la diplomacia, en Sofia, Bulgaria.

Juan y María –sus hijos mayores– redactaron a cuatro manos el prólogo para el libro en el que «La Oveja Negra» compiló los mejores textos de la obra periodística de su papá, a quien siempre consideraron inteligente, ágil,veloz, punzante, agudo, incisivo, mordaz e ingenioso.

Porque sus días de mayor brillo coincidieron con los de otros periodistas que llevaban su mismo apellido paterno, la gente situaba su cuna equivocadamente en las breñas cafeteras del país paisa, cuando era más bogotano que el cerro de Monserrate o el barrio Chapinero. Los otros miembros de la «giraldería» eran Alberto Giraldo, de Cisneros, Antioquia, redactor de El Siglo, y Hernando Giraldo (este sí de Neira, Caldas, fallecido el año pasado), que sostenía la «Columna libre» en El Espectador.

«El Gorila» mayor, todo un pozo de sabiduría, sostenía: «La noticia tiene un ciclo de formación: empieza siendo un chisme, luego un rumor, después una versión y por último todo esto se convierte en  noticia». Y agregaba: «El éxito del periodista consiste en desarrollar ese ciclo rápidamente, utilizando todos los medios que estén a su alcance».

La apostilla: Iáder derrochaba buen humor en las tertulias. Solía decir que su padre sí apeló a La Biblia para bautizar   a sus hijos, pero no les ponía los nombres de los santos sino los de los leones que se comían vivos a los primeros cristianos en el circo romano.     

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