Réquiem por Alberto Piedrahíta Pacheco
Por: Ricardo Rondón Ch.
La voz más auténtica y romántica de la radio, cuando la radio de época era justamente eso, tocada por el profesionalismo, la veracidad, la puntualidad y la elegancia de quien con sobrados méritos y licencia expedida por el Ministerio de Comunicaciones le otorgaba el crédito y la autorización de enfrentarse a micrófonos, se apagó a la edad de 83 años.
La voz de Alberto Piedrahíta Pacheco, el popular ‘Padrino’ del dial, perdurará en la memoria de quienes tuvimos la oportunidad de disfrutarla en sus alocuciones deportivas, como uno de los más dilectos y acertados comentaristas, en espacios de grata recordación como: ‘La Barra de las 12’, ‘Pase la tarde con Caracol’, ‘La Luciérnaga’, amén de sus transmisiones de ciclismo y fútbol; varios Tour de Francia, Vueltas a España, Giros de Italia; un récord en Vueltas a Colombia, pero también la cotidianidad del colegaje al calor de un tinto o de la bebida espirituosa que más le gustaba, el aguardiente, con el desparpajo, la chispa y la elocuencia que lo caracterizó.
‘El Padrino’, todo un almacén de anécdotas, venía aquejado de problemas del corazón. En marzo del presente año sufrió dos infartos, y a partir de ese capítulo, tanto su salud como su estado de ánimo, declinaron considerablemente. Su rutina tomó el giro obligado del médico en casa, los constantes controles, los frecuentes ingresos y salidas de la clínica.
De sus últimas apariciones en público que hizo el recordado maestro de la radio, fue al sepelio de su entrañable amigo Fernando González Pacheco, el 11 de febrero pasado, en la capilla del Gimnasio Moderno.
Como era su costumbre lucía impecable, de traje y corbata (decía que sólo se la quitaba los domingos y eso cuando se lo recordaba su fallecida esposa).
La partida de su cónyuge, doña Ligia Guevara, acabó por menguar el optimismo y el carácter jovial y dicharachero de quien hizo historia en la radiodifusión en Colombia, no sólo por la gravedad del tono y la dicción que lo hicieron célebre en cabinas, sino por la propiedad y el conocimiento que derrochó en el mundo de los deportes, en especial el ciclismo, su preferido, caballito de batalla de muchos kilómetros en carreteras locales e internacionales.
Actor de radionovelas, locutor, comentarista, el hombre que creo La Barra de las 12 (que trascendió a lo largo de más de 30 años), inspirado en la memorable tasca del centro capitalino que por años fue refugio de periodistas, políticos e intelectuales, donde a partir de mediodía y hasta altas horas de la noche, y entre whiskys, se armaban entretenidas tertulias alrededor de la vida nacional, el fútbol, los programas de televisión, las mujeres bellas y los toros.
Era un deleite observar debatir a el ‘Padrino’, Fernando González Pacheco, Antonio José Caballero, Julio E. Sánchez Vanegas, al ‘Pájaro’ Darío Hoyos, al mismo Pedro Carreño, anfitrión del citado mesón, todos sentados en la barra, en un ambiente de camaradería, donde las rivalidades no tenían que ver con el color de un equipo o de un partido político, sino con la destreza y el repentismo del verbo, el chascarrillo oportuno.
Alberto Piedrahíta Pacheco (Líbano, Tolima, 1931), salvo imprevistos de última hora, no fallaba a la cita a manteles, vanagloriaba la sopa de lentejas que preparaba Pacheco, o los callos a la madrileña con que se fajaba los jueves doña Casilda.
El centro de Bogotá era su territorio operacional, pues en la carrera 8° con calle 20 estaba ubicada su oficina de publicidad. En la 19 con 8°, quedaba Caracol Radio. Y, en la 22 con 9°, La Barra. Propios y de afuera lo consultaban respetuosamente. Le participaban sus cábalas en las competencias de estadio o en los circuitos de bielas, o en todo lo que tuviera que ver con el pulso del deporte, porque ‘El Padrino’, con una solvencia sorprendente, citaba fechas y protagonistas cuando hablaba de atletismo, baloncesto, boxeo; de lo que fuera.
Maestro y tutor de racimos de periodistas deportivos de varias generaciones, a Piedrahíta, entre tantas virtudes se le reconoce su imparcialidad, el tono y el ritmo prudentes de sus alocuciones, la coherencia de sus disertaciones y postulados, y en lo personal, ese don de gentes, esa caballerosidad que fue su sello, hoy tan esquiva en la alharaca, el ego y la desmesura de quienes ejercen el oficio.
El día del funeral de Pacheco me le acerqué sigiloso para tomarle una breve impresión del amigo fallecido. Con su habitual sabiduría instantánea, respondió.
-Duele, mijo, duele. Y saber que vamos en la cola…
Una de sus últimas apariciones en público, el 11 de febrero del presente año, en las exequias de Fernando González Pacheco. Foto: La Pluma & La Herida
Claro, la fila del destino inexorable que nos toca a todos y que hace eco y memoria perdurable en seres tan especiales como Juan Harvey Caicedo, como su hermano Antonio José Caballero, como Fernando González Pacheco, y ahora, en turno expedito a Alberto Piedrahíta Pacheco, el rey del dial durante más de 50 años, el congratulado en múltiples oportunidades (de los que más se sentía orgulloso el Caracol de Caracoles y el premio de la ACORD), el incomparable esposo, padre y abuelo; el nostálgico amante de boleros; “el hombre de la voz de trombón”, como de él se refirió en una de sus columnas Lucas Caballero ‘Klim’; ‘El Padrino’, el altruista, el bien puesto donde se ubicaba, el elegante de terno, calzado reluciente y corbata de nudo Windsor: una página dorada escrita a pundonor que marcó un estilo en el caro oficio de narrar y comentar.
Recordémoslo con esta entrevista que le hice cuando cumplió 80 años.
¿Cómo empezó usted en estas lides?
“Empecé como cobrador en Radio Panamericana, en pleno centro de Bogotá, que fue borrada del mapa durante la jornada sangrienta del 9 de abril de 1948”.
¿Quién fue su modelo a seguir?
“El maestro de maestros, Juan Harvey Caicedo; y en la narración deportiva, Carlos Arturo Rueda C., Julio Arrastía y Rubén Darío Arcila”.
¿Cuántos años en Caracol?
“30 años. Mi escuela, mi segundo hogar”.
¿Y en RCN?
“Trece”.
¿Cuántos años conduciendo ‘Pase la tarde’?
“Veintidós años”.
¿Y La Barra de las 13?
“En 2010 cumplimos treinta años con La Barra”.
¿De dónde salen las peguntas que usted formula en La Luciérnaga?
“Eso hace parte del ingenio del equipo: el doctor Peláez, el maestro Gardeazábal, el catedrático Pascual Gaviria y el libretista de La Luciérnaga, Jairo Chaparro”.
¿Quién lo bautizó como ‘El Padrino’?
“Justamente Juan Harvey Caicedo, quien me pidió que fuera su padrino de matrimonio, y por supuesto yo acepté gustoso”.
¿Y en este orden de ideas tiene muchos ahijados?
“No es tan importante la cantidad sino la calidad de los mismos”.
¿Qué se siente llegar a los 80, ‘Padrino’?
“Un deseo maravilloso de llegar a los 90, y si se puede a los 100, porque la vida es muy linda, con todos sus problemas y tropiezos”.
¿Cuál es su fórmula para conservarse tan bien?
“La tranquilidad de conciencia, la alegría de la vida, el optimismo, y el baño diario, porque el que no se baña todos los días, se muere a los ocho días”.
¿Y los finos alcoholes también?
“Yo te digo una cosa: la creatividad del periodismo y la radio no se hace con agua aromática ni chupando paletas, sino con unos tragos bien conversados y un grupo de amigos inteligentes. Y no se necesita de trago fino. Con aguardientico es suficiente”.
¿Y aún se los toma, ‘Padrino’?
“Eso no puede faltar en la lonchera”.
¿Cuándo narraba sus Vueltas a Colombia también se ‘jalaba’ sus copas?
“Nunca, porque si ha habido algo que respeto después de mi hogar, es mi trabajo. Además, con 22 vueltas que yo transmití: las de aquí y las de Europa, es suficiente como para quedar borracho”.
¿Cuántos Mundiales?
“Tres: México, Estados Unidos y Argentina”.
¿Cómo recuerda a Julio Arrastía?
“Cómo el gran maestro, no sólo del ciclismo, sino de la vida: un hombre estricto, puntual, disciplinado, sabio, para nada egoísta”.
¿Y a Rubén Darío Arcila?
“El mejor narrador de ciclismo que haya tenido Colombia. Una gran persona y un amigo de verdad. Si quieres saber más de él, cómprate su libro: ‘El último apaga la luz’”.
¿Qué decir del ‘Campeón’ Carlos Arturo Rueda C.?
“¡Por favor!, la primera autoridad que tuvo Colombia en materia de fútbol, estudioso y conocedor como todos, y autor de una infinidad de apodos en la historia del balompié nacional”.
¿Cómo es su compadrazgo con Hernán Peláez?
“Pues no he sido de compadrazgo con él, pero siempre lo he mirado como un excelente, estricto y exigente compañero de labores. Un profesional que tiene claro el planteamiento de lo que se debe hacer y se debe cumplir en el programa”.
¿Cómo la va con Gustavo Álvarez Gardeazábal?
“Lo conozco de toda la vida y admiro su verbo y su inteligencia. Gardeazábal es el hombre mejor dateado de este país: él no sólo sabe dónde ponen las garzas sino a donde van a chiviar los gansos”.
¿Cuánto años de matrimonio?
“¿Con Gardeazábal?”
¡No!, con su señora…
“55 y pico de años de amores con doña Ligia Guevara, la madre de mis cuatro hijos: Yithney, Adriana, Iván y William, quienes me han dado cinco nietos adorables”.
¿A qué horas se levanta normalmente?
“A las cinco de la mañana. Y a las siete ya estoy sirviendo desayunos en la oficina con delantal y todo”.
¿Cuál fue su primer sueldo?
“40 pesos, en el año 48”.
¿Cómo es su nostalgia de la locución en Colombia?
“¡Hombre!, lastimosamente es un recuerdo del pasado, desde que el Ministerio de Comunicaciones acabó con la licencia para los locutores, igual que lo han hecho los medios con los mejores micrófonos”.
¿Cuál es la música de sus predilecciones?
“El vallenato”.
¿De qué suele quejarse?
“Esa pagadera de impuestos duele mucho. Y los que hablan más de la cuenta”.
¿Se sigue poniendo corbata hasta los domingos?
“Mi mujer me recuerda que es domingo y que no debo ponérmela”.
¿Quién le enseñó a vestir tan elegante?
“Mi papá, que era un lord”.
¿Cuántas corbatas tiene?
“Puedo tener dos docenas en el armario”.
¿Hace ejercicio?
“Más bien poco, pero camino lo indispensable”.
¿A qué horas saca el perrito?
“No tengo perros ni gatos ni loros ni mucho menos pajaritos. Conmigo me basta”.
¿De qué se arrepiente?
“Absolutamente, de nada”.
¿Qué cree que le falta por hacer?
“Seguir trabajando hasta que Dios lo permita en este oficio del periodismo, que es la gran pasión de mi vida”.
¿Cuánto hace que no se habla con Guillermo Díaz Salamanca?
“Por lo menos seis años. Es un amigo al que admiro y aprecio mucho. Buena gente y gran creativo”.
¿Sigue siendo caracolero?
“¡Pero por favor! Con Caracol me acuesto y con Caracol me despierto”.
¿Nunca le pasó por la cabeza lanzarse a la política?
“No faltaría más meterme en camisa de once varas”.
¿Pero usted es liberal o godo?
“No diga godo, mijo; diga conservador. Y sí: soy liberal”.
¿Hincha de qué equipo?
“Mirando las estrellas en el firmamento, de Millonarios”.
¿Cuál es su tango preferido?
“‘Farolito’”.
¿Devoto de quién?
“De Dios. Y voy a misa todos los domingos”.
¿Por qué lo vive regañando su mujer?
“Nunca le he dado motivo para que me regañe, ni siquiera cuando me tomo mis tragos”.
¿Pero quién manda en su casa?
“Los dos”.
¿A qué le teme?
“A una escasez de aguardiente”.
¿Con qué se curan los guayabos?
“No se lo puedo decir porque no sufro de eso. Yo sé hasta dónde puedo beber, con quién, en dónde y hasta qué hora”.
¿Se pinta las canas?
“No he conocido la primera tintorería que lo haga bien, por eso no me las pinto”.
¿Cuánto hace que se divorció del cigarrillo?
“Hace como media hora, desde que te estoy contestando esta entrevista”.
¿Y cuál sería su último deseo?
“Morir tranquilo, en mi cama, rodeado de mis seres queridos”.
¿Le han dicho que con sus 80’s abriles, usted ya es un vino de consagrar?
“A tu salud, mijito”.