Carlos-Ariel Betancur, director-fundador del Festival Internacional de Teatro (Manizales, 1968-1973)
Por: Augusto León Restrepo
Conocí a Carlos-Ariel Betancur hacia el año de l.953 en el Colegio de Nuestra Señora de Manizales. Yo estaba interno. Carlos-Ariel, quien había terminado su bachillerato en el mismo plantel, andaba enrolado, a pesar de su juventud, como catedrático. Yo cursaba primero. Carlos-Ariel , además, en el internado, era el encargado de despertarnos. Llegaba todos los santos días, lloviera o tronara, a las cinco y media de la mañana, llaves en mano, a hacerlas sonar sobre la cabecera de nuestros catres metálicos para que nos despertáramos y con estricta disciplina atacáramos el agua fría de la muy fría Manizales. Se sabía el apellido de los sesenta internos y con su gruesa voz nos decía: «García, despierte hombre, que tiene media hora para bañarse y vestirse». «A ver Hincapié, al suelo y al baño».» «Restrepo, aquí no está en Anserma. Al agua.». Todos odiábamos a Carlos-Ariel por sus torturas mañaneras.
Yo salí del internado en tercero de bachillerato y me reencontré con Betancur en sexto, como profesor de química. De nuevo la tortura. Mi primo William Ramírez Tobón y yo decidimos enamorarnos del latín, la literatura colombiana, el francés, la filosofía, la historia y desdeñar para siempre la física y en especial la química. Carlos-Ariel, que ya para entonces lucía su cara adusta, su delgado físico, su extraño semblante de torturador, no nos perdonó que lo ignoráramos. Reprobados y con peligro inminente de que el anhelado cartón no nos fuera entregado si no hasta el siguiente año, bajamos la cabeza y le pedimos clemencia. En ocho días con sus noches el mismo Betancur se encargó de prepararnos para la habilitación de la materia, quedamos aprobados con cinco aclamado, y de amigos.
Carlos-Ariel durante un largo período se dedicó a enseñar química en varios colegios de Manizales. Pero también, a conversar con los alumnos y a embrujarlos con teorías literarias y filosóficas. Y con el cine. Y con el teatro. Fundó cine clubes. Dirigió una obra, El Proceso a Jesús, del italiano Diego Fabri, que presentó en el Teatro Avenida e hizo parte principal de una tertulia musical con los profesores Julio César Morales, Bernardo Trejos Arcila y Rubén Londoño Jaramillo, Ernesto Jaramillo Baena, Yolanda y Gloria Hoyos, Angela Botero Restrepo y Fanny González , entre otros, con quienes, y bajo su dirección, tratamos de montar «Los árboles mueren de pie», de Alejandro Casona, aventura por fortuna fallida porque si no otra hubiera sido nuestra suerte.
Pero ya estamos en el año de l.968. Carlos-Ariel, quien fue un andariego inveterado, se había dado una vuelta por Argentina y Suramérica. Y algún día se me apareció en la oficina a tomarse un café y a contarme de que en Buenos Aires y en Montevideo se gestaba en las universidades un interesante movimiento teatral. Y que, para aprovechar las instalaciones del Teatro Los Fundadores, por esa época uno de los escenarios más modernos y funcionales de Latinoamérica, por qué no pensábamos en traer unos grupos de esos y armar una especie como de encuentro de universitarios con sus presentaciones escenográficas. Yo le dije que lo iba a poner en contacto con el Secretario de la Universidad de Caldas, a ver si con el patrocinio de la entidad se podrían traer a los muchachos teatreros. Y que también hablara con el Director de la Cámara de Comercio, porque el esfuerzo económico sería grande. Hernando Yepes y Emilio Echeverri, titulares de los mencionados despachos , atendieron a Carlos-Ariel y prendieron los motores de la más maravillosa aventura intelectual concebida en Manizales y en Colombia. Yepes acudió a Ernesto Gutiérrez y éste a Jaime Sanín Echeverri, presidente de ASCUN ( Asociación Colombiana de Universidades) y Echeverri se encargó de promocionar la empresa entre la acicalada y conservadora dirigencia manizaleña. Que con Ernesto Gutiérrez Arango, Enrique Mejía Ruiz , Rodrigo Ramírez Cardona, y la decidida complicidad de mujeres como Lucía Corrales, María Teresa Londoño, Amparo Palacio, Margarita Corrales y Esneda Morales, el periodista de El Tiempo, José Fernando Corredor, Oscar Jurado, Director de Textos, el periódico del Festival, y los de La Patria, Jorge Santander y Beatriz Zuluaga, ( perdón por las omisiones), cristalizaron la luminosa idea de Carlos-Ariel y convirtieron a Manizales, a partir de octubre de 1.968, en el epicentro cultural, político, libertario, democrático, revolucionario, de América Latina.
Carlos-Ariel se salió con la suya y unas veces como asesor de la Junta Directiva y otras como Director, se encargó de establecer vínculos definitivos de la intelectualidad con el Festival. Gracias a ello fue posible la presencia de Pablo Neruda y Miguel Ángel Asturias, Premios Nobel de Literatura y de Mario Vargas Llosa y Patricia, y el gran Ernesto Sábato en Manizales. Y también de maestros de la escena mundial como Jerzy Grotowski, José Monleón, Sergio Vodonovic, Alfonso Sastre y Jack Lang, con quienes Betancur mantuvo una fluida comunicación y amistad, lo mismo que con los Directores de festivales del mundo, a los cuales fue invitado permanente. En España, Nancy en Francia, Polonia, Argentina, México, Brasil, Suecia y Estados Unidos como conferencista y gestor cultural realizó talleres y seminarios. Nadie en el medio desconoce que el Festival de Manizales abrió las posibilidades para que en otras partes del mundo se efectuaran eventos similares. En un viaje en que anduvimos por Suramérica fuimos testigos presenciales del renombre y el acatamiento que tuvo Betancur dentro de los altos círculos teatrales y culturales. Ministros de Educación, ejecutivos de la cultura, asombrados, lo escuchaban sobre como había sido posible el milagro del Festival de Manizales. Y quisieron imitarlo en algunas partes, con tal éxito, que aun sobreviven esos encuentros, agrupados en el CELCIT, centro latinoamericano de creación e investigación teatral hoy con sede en ocho países
Concluido su ciclo con el Festival, Carlos-Ariel se dedicó a agenciar artistas. Trajo a giras por el país a Mercedes Sosa, Atahualpa Yupanqui, Horacio Guarany, Soledad Bravo, Los Chalchaleros, Ariel Ramírez y su Misa Criolla y Los Chasquis , entre otros. Y con Alfonso Lizarazo, originó los festivales del humor. En Brasil, durante cinco años, fue productor ejecutivo del Teatro O Balcao , de Ruth Escobar. Y como su capacidad creativa era inextinguible, en Los Ángeles incursionó en el periodismo y fundó algunos medios de difusión escritos y radiales dirigidos a la comunidad hispánica.
Regresó a Colombia en el año 2.007 y concibió un par de obras de teatro dirigidas a los adolescentes y su problemática. En algunos municipios de Cundinamarca, en escuelas y colegios, los estudiantes vieron en las tablas reflejados sus problemas sexuales y sicológicos, en obras como «Por qué a mí ?» y «Ahora qué», de su propia autoría. Pero pensaba en logros más ambiciosos. En una de nuestras últimas conversaciones, me dijo que esperaba producir la gran obra teatral sobre el vallenato. Y que andaba investigando las andanzas del Clérigo Arenas, un famoso estafador del Viejo Caldas, con miras a elaborar un guion para la televisión colombiana.
En diciembre del 2.012, se trasladó a Armenia para buscar sosiego y tranquilidad que le permitieran coronar sus sueños. Unos días antes, habíamos acordado, en una de nuestras largas pláticas, que nos proporcionaría a Gloria Luz Angel, directora de la revista literaria Papel Salmón de La Patria de Manizales y a mí todo el material indispensable para escribir la historia de los inicios del Festival de Teatro . Pero quedó trunco el empeño. La muerte se lo llevó el 18 de Abril en la capital del departamento del Quindío. Carlos-Ariel había nacido en la pintoresca población de Filandia el 3 de Marzo de l.935.
Con su desaparición, la cultura colombiana pierde un visionario inigualable y un soñador en grande. Los amigos, un conversador subyugante y seductor, un narrador magistral, un contertulio universal por sus conocimientos y su anecdotario. Al fin y al cabo su profesión, además de errabundo, eran las letras y la filosofía, graduado en la Universidad de Caldas. Su legado no se puede perder. Por fortuna sus hijas y sus hijos, de quienes siempre recibió su comprensión, son conscientes de lo que significó Carlos-Ariel para el renombre internacional de Manizales y del país. Cuando ha hecho el mutis definitivo y ha caído el telón de su existencia, un gran aplauso resuena sobre su tumba.