martes marzo 26 de 2024

¡Caramba…Caramba…!

Por Augusto León Restrepo

​En esta columna voy a hacer algunas confesiones, hoy domingo 7 de agosto del 2022, fecha celebratoria de la Batalla de Boyacá de 1819 y día en el que, hacia las 4 de la tarde, Gustavo Francisco Petro Urrego, de 62 años, oriundo de Ciénaga de Oro, Departamento de Córdoba, pero cuya vida ha transcurrido entre Fontibón, Zipaquirá y Bogotá, asume como Presidente de los colombianos, en multitudinaria ceremonia que se efectuará en la plaza de Bolívar de la capital del país.

Confieso que me gustan las posesiones presidenciales y que mi programa favorito es desayunar, almorzar y comer frente al televisor el día que se efectúan, desde cuando la televisión era en blanco y negro, y con un radio cerca con audífonos para no perderme detalle alguno. En Manizales la transmisión era amenazada por frecuentes interrupciones e inexplicables rayas horizontales, que distorsionaban las imágenes, pero de audio impecable, LO que nos permitió ser objetivo desde entonces de la prolífera oratoria oficial, esta tarde a cargo del presidente juramentado y del presidente del Congreso de la República, el nunca bien ponderado Roy Leonardo Barreras Montealegre, una especie de Fouché valluno, Duque de Otranto, Joseph Fouché, no Roy Leonardo. Con el título de «Fouché, el genio tenebroso», el austríaco Stefan Zweig, ante cuya obra histórica y literaria me inclino reverente, lo retrató fielmente para la posteridad.

Dentro de mis recreaciones, también están las transmisiones en vivo y en directo de las coronaciones de los reyes europeos, las de las reinas de toda clase de festividades que se celebran en Colombia y cómo no, la toma de posesión de los Papas de la Iglesia católica, cuyo boato y ceremonial no tienen comparación. O de pronto sí. Casos se han dado. Y con invitados que no han pasado de quinientos, pongámosle mil. Pero cien mil invitados a una asunción de mando… ¡caramba…caramba! .

Mi sueño de asistir a uno de esos magnos eventos, solo se concretó una vez, como les contaré más adelante.  No clasifiqué esta vez en la lista de los cien mil, que invitaron hoy a la posesión de Gustavo Francisco, a quien, dicho sea de paso, no conozco de trato ni de comunicación. Ni voté por él para designarlo como mi mandatario para efectos del gobierno de mi país. O sea que estaba en su derecho para excluirme. Lo que no quiere decir que me vaya a perder paso a paso su consagración. Aquí me tienen desde las seis de la mañana, pendiente de los joropos y los sanjuaneros, los bambucos y los alabaos, las cumbias y los porros, las danzas, los tambores, las gaitas, las sinfónicas, los ballets y todas las expresiones folclóricas  de nuestr abigarrada cultura nacional.

Comparsas, conjuntos, van a impregnar el aire de notas patrióticas por todo el territorio. Ojalá que en las próximas posesiones de Petro Urrego se repitan estas expresiones del jolgorio popular, por plazas y calles, a las que solo tenían acceso los desfiles de emperifollados personajes de la oligarquía colombiana, de librea y corbatín, durante más de doscientos años. Los miriñaques, los sacolevas y los sombreros cocos, van a ser reemplazados hoy por las polleras y los trajes étnicos, los descorbatados y los embluyinados , que tomarán asiento en las curules congresionales. Son los signos de la época y de la nueva era de la sabrosura.

La otra confesión, va para mis nietos. Como les parece que hasta la posesión de un presidente que se llamó Julio César Turbay Ayala, por allá en 1978, que era en el Capitolio nacional y no a la intemperie y la gelidez de la plaza mayor de Bogotá, había que asistir de estricto traje de ceremonia, o sea de sacoleva, que es el apropiado para tales casos. En las sastrerías donde los alquilaban, hacían su agosto. Parlamentarios y ministros de provincia, agotaban la existencia. Y los embajadores de los países amigos, los representaban. No asistían presidentes, ni vices, ni esposas de éstos.  Había tribuna para ellos, para la prensa y para los Umañas, los Casas y los Urrutias y demás especímenes de la aristocracia sabanera. Y luego el presidente posesionado, abría las puertas del palacio, para elevar la copa de champaña, con sus parientes e invitados de su rosca, casi escribo rasca. Y pare de contar.

Y como les parece que su abuelo, estaba en Bogotá el 7 de agosto de 1966, cuando se posesionó como Presidente, Carlos Alberto Lleras Restrepo. Ese día, hacia las 11 de la mañana, asistió a un elegante matrimonio, en el que, como padrino de la boda, le exigieron sacoleva. Como la recepción se celebraba en un club social cercano al Capitolio y terminó hacia las dos, tenía que pasar hacia el Hotel Regina, donde se hospedaba, en medio de un cordón de seguridad infranqueable, para quitarse el traje y salir hacia una finca para continuar la fiesta nupcial.

Pero no fue posible llegar. Entonces se acercó a curiosear la entrada de los sacolevistas al Congreso y vio una fila de ellos a quienes no les pedían credenciales ni eran sometidos a requisas. Pues fue, la engrosó, ingresó y estuvo sentado en las sillas destinadas para el cuerpo diplomático. Cuando terminaron los discursos, lo condujeron, sin derecho a protesta, al coctel palaciego.  A la entrada, tuvo que presentarse ante el Doctor Lleras Restrepo y Doña Cecilia y designar el país que representaba. Lo único que se le ocurrió fue dar su nombre y agregar, Embajador de Malasia. Y siguió muy campante. Para resumir, su abuelo, esa noche, por primera vez en su vida, a los 25 años, probó champaña francesa que tenía el nombre de una viuda y comió unas pepitas negras y rojas sobre unas galletitas, que después vino a saber que eran caviar. Algo iba de Pedro a Petro. Al recordar el episodio, cae como anillo al dedo la expresión latina: ¡O témpora o mores! …¡Oh tiempos…Oh modas!, en traducción ansermeña.

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